El Principito

Opinión Forastera No. 81

El Principito. Antoine de Saint-Exupéry. 1943.

El escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, escribe y publica El Principito en abril de 1943, estando en el exilio en Estados Unidos, durante la segunda guerra mundial.[1] El libro está divido en 27 capítulos lo bastante cortos, en formato e-pub solo suma 67 páginas. He debido leer este libro para mi tarea de Cosmología, de los cursos que estoy tomando, pues de nueva cuenta me he embarcado en los estudios de Teología.

Este libro es considerado, por su extensión y temática, un libro para niños, en si El Principito permite más de una lectura que puede ir desde planos existenciales hasta de denuncia. Pareciera por momentos que el autor quiere expresar un pesimismo profundo contra todo lo que le ha tocado vivir.

El autor narra en primera persona sus primeras experiencias con los que él llama “adultos”. La figura de los adultos, en los que la voz narradora incluso parece querer abstraerse por momentos, estarán presentes en la obra y pronto irán tomando otros rostros y otras formas. Esta voz narradora, luego de darse cuenta de que nunca sería pintor, termina siendo aviador y luego de un desperfecto sobrevolando el Sahara, se precipita a este, e inicia la espera de que alguien lo rescate, o poder reparar el avión. Es ahí donde conoce a El Principito.

El Principito se presenta al lector con todas las características de un príncipe del barroco, con espada y botitas, pero en la figura de un niño “un extraordinario muchachito que me miraba gravemente”, “…no tenía en absoluto apariencia de un niño perdido en el desierto” P. 9. Desde el principio el lector se encariña con este niño y de la forma más normal se va embarcado en su historia.

El Principito, resulta, que viene de un planeta demasiado pequeño, pero que tiene volcanes, boabas devora todo, y le cuenta la extraordinaria historia de amor y desamor que tiene con una rosa “orgullosa” que nació en el planeta.

Sin duda, hay todo un discurso contra toda la ilógica, lo es para El Principito, forma de actuar de los adultos. En la historia que se va tejiendo alrededor de la figura de este niño singular, los viajes que ha hecho a otros planetas donde ha conocido otros personajes, su experiencia el desierto, con el zorro y la serpiente, y todo en él va encerrando una postura en contra de la crueldad del mundo, y de cómo se opone este a la lógica inocencia de un niño. Así por ejemplo cuando dice que “Cuando encuentras un diamante que no es de nadie, es tuyo. Cuando encuentras una isla que no es de nadie, es tuya. Cuando eres el primero en tener una idea, la haces patentar: es tuya. Yo poseo las estrellas porque jamás nadie antes que yo soñó con poseerlas” P 35. ¿Quién podría considerar esto posible? ¿Los niños?. Incluso los niños de hoy no parecen encajar en la figura y forma de pensar de El Principito.

El autor desafía al lector de la edad que sea, a entablar una conversación con la puerilidad de los ojos de un niño, el narrador mismo parece perderse en esta retrospección que sufre al no poder comprender que, por ejemplo, el principito desea que le  dibuje una oveja para llevar a su planeta y que esta se coma los boabas, y así tener segura a su rosa. Pero la reflexión da más, en el capítulo 25, nos cuenta como se encuentran, algo totalmente inexplicable, con un pozo “aquella agua era algo más que un alimento. Había nacido del caminar bajo las estrellas, del canto de la roldana, del esfuerzo de mis brazos. Era como un regalo para el corazón”, acá la persona siente la conexión de sincero amor que siente por El Principito, “Cuando yo era niño, las luces del árbol de Navidad, la música de la misa de medianoche, la dulzura de las sonrisas, daban su resplandor a mi regalo de navidad”.

Esta postura de tender siempre a la niñez, pero no a la niñez como tal, sino una niñez ideal, en donde el alma se ve liberada de todas las posturas que las responsabilidades de adulto van sepultando. Las obligaciones, las responsabilidades, todo parece oponerse a lo que para El Principito es natural: amar a una rosa, aunque esta solo se aproveche de él, viajar, aventurarse, conocer nuestras capacidades y límites.

Pero también quiero destacar, o más bien me atrevo a hacerlo, hay una postura casi socrática respecto a la muerte por parte de El Principito, como principio liberador, para viajar a donde se es feliz, en el caso de El Principito, es su planeta, con sus volcanes y su rosa.

No, al final el aviador no supone que lo que pasó en el desierto fue real o producto de sus delirios. Pero cuando se termina de leer el libro puede fácilmente percibir la vacuidad de un monto que sepulta todo tipo de imaginación y con ella todo tipo de libertad.


[1] Benéitez Burgada, Beatriz. “Las 50 frases más inspiradoras de El Principito”. Diario La Vanguardia. Marzo 2022.

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