Opinión Forastera No. 45
Travesuras de la niña mala. Mario Vargas Llosa. 2006.
El autor peruano define esta obra como su “primera novela de amor”, y es que, aunque la novela cuenta los avatares de dos amantes a lo largo de cuatro décadas, la segunda mitad del siglo XX, en ciudades como Lima, París, Londres, Tokio y Madrid, los acontecimientos políticos de los que estuvo tan plagado este período, apenas y son abordados, pues lo central es precisamente eso, el amor.
Ricardo Somocurcio es un estudiante de la clase media alta del barrio Miraflores de Lima, el cual experimenta la fiebre de amor juvenil con una recién llegada de nombre Lilly, esto a finales de los cincuenta. Ricardo tenía por sueño vivir en París, lo cual logra, ya en París se vuelve a topar con “la chilenita”, ahora la conocemos como camarada Arlette, su encuentro se da en el contexto del traslado de “camaradas” de camino a Cuba a entrenarse para la revolución peruana.
Es así como entre un sin número de encuentros y abandonos en las ciudades mencionadas, “la niña mala” como la llamará en toda la historia “Ricardito”, experimentamos como lector la toxicidad del amor que siente Ricardo por su niña mala, no importa cuántas veces le rompa el corazón, siempre la seguirá amando.
Pero lo que me gusta de la novela es el nivel de profundidad que Vargas Llosa logra al contar esta historia de amor, es un amor de lo más humano, totalmente libre de mitos y paradojas, es un ser humano angustiado ante una situación que simplemente no puede controlar y lo está llevando a límites insospechados de locura, soledad y tristeza.
Conversaba con una amiga que me resultaba chistoso que yo tejiera puentes entre la historia de Ricardo Somocurcio y Florentino Ariza (Protagonista de “El amor en los tiempos del cólera” de Gabriel García Márquez), y es que Ricardo muy a pesar de que en algún momento logró sobreponerse e intentar hacer su vida, la niña mala, que seguramente lo amaba, algo que nunca admitió del todo, ella jamás lo dejó del todo, a veces el destino les jugaba una mala pasada, otras veces ella insistía en regresar sabiendo que no sería para siempre.
Al final el amor es irracional, los sentidos lo gobiernan, e invaden el sentido común de las cosas, y eso queda expuesto en esta obra, lo peor de todo es que es tan humana, tan cercana, que no nos parecerá descabellada, y me darán la razón, pues o nosotros hemos vivido algo parecido o conocemos a alguien que lo ha hecho.
Por lo demás, aunque los capítulos son extensos, Vargas Llosa se detiene en descripciones precisas de lugares, aunque si, valiéndose de la ironía y la nota periodística, inserta el contenido político social del que no parece poder desprenderse el autor, peor en estos años turbulentos. Esto, por lo menos a mí, no me impidió disfrutarla y por ende recomendarla a todos ustedes, a ver si ustedes ya han tenido o conocido a “la niña mala” de sus vidas.