
Mientras leo “El Olor de la Guayaba” donde Gabriel García Marquez se muestra ante Plinio A. Mendoza un poco más humano que escritor sin dejar de ser esto último, también yo he realizado un viaje a mi pasado y he descubierto un par de cosas.
La primera es que Abril tiene su encanto a pesar del calor, lo hace un poco perturbador el color amarillo o naranja que todo adquiere y el inquietante concierto sin fin de las chicharras, mientras leía sentado en el Mausoleo de los Portillo en el cementerio de mi pueblo el capítulo de los “Orígenes”, fue inevitable no ver a Aracataca dibujado a mi alrededor, sobre todo porque, como ya lo dije, todo es naranja, amarillo y lleno de polvo, es el verano en Telpaneca, son las chicharras y el cielo pálido.
Sentir la nostalgia de Gabo en un perdido Aracataca de su infancia fue para mí una experiencia de verdadero placer, sobre todo porque de alguna manera, en muchas pláticas que tuve con mis ya desaparecidos abuelos, de mis Padres, e incluso de mis hermanos mayores, siempre he tenido la impresión de que antes Telpaneca fue mejor que ahora.
La segunda es que, al igual que Gabo, tengo amigos que ya se perdieron de mi vista, que compartí con ellos momentos especiales que en su momento nos unieron mucho, pero que la vida y las decisiones que siempre se toman nos fueron alejando de forma irremediable, hoy por hoy, es fácil llamar amigo a cualquiera, pero solo en nuestro corazón sabemos de verdad cuales son aquellos que dejaron su marca. Y sigo pensando igual que Gabo que a pesar de lo buenos que fueron en su momento, si se marcharon, es porque no lo fueron lo suficiente.
Ver hacia atrás es algo recurrente en mí, eso ustedes mis lectores lo saben, es fácil comprender que dentro de mí hay un anhelo siempre perenne de haber hecho las cosas de otra manera, lo cual es un arma de doble filo, sobre todo si para ser felices debemos de enterrar lo que ya fue.
Al levantarme de mi confortable asiento de mármol, ya la hora de la oración había pasado y el crepúsculo difuminaba todo, el techo mi Escuela Primaria se adivinaba al otro lado de la cerca del Cementerio en su flanco este, enterrar lo que ya fue, imposible, sobre todo si hay cuentas aún que saldar.
Nada más tropical que el olor a la guayaba no les parece, el título de este libro evoca en mí la casa de mis Abuelitos, donde por años jugué y viví los mejores momentos de niño, jugando a Ciudad y Reinos que desaparecía y aparecían, a construir caminos, puentes monumentales y tantas cosas más, en ese patio habían dos palos de Guayaba, uno era de la variedad de guayaba blanca que son un poco más grandes, y el otro de la guayaba rosada cuyo olor es más penetrante y su sabor es una delicia, ambos ya no existen, sentir el olor a la guayaba es recordar esos años.
«En todo caso yo no me considero el mejor amigo de mis amigos, y creo que ninguno de ellos me quiere tanto como quiero yo al amigo que quiero menos» P 30, El Olor de la Guayaba.
Hermosa reflexión, y es que los diferentes aromas nos pueden producir nostalgia y transportarnos automáticamente a recuerdos del pasado.
el poder del olfato y la nostalgia,