En una ocasión el Forastero Lector encontró el amor en una vereda perdida del Monte Azul del Sur.
Era un amor sin rostro aparente, tenía un nombre extraño, de esos que rara vez se escuchan, Ele, asi se llamaba, asi apareció en sus poemas, en sus evocaciones nocturnas y en sus líneas desparramadas en láminas de pergamino marillano, el mejor del mundo conocido según dicen.
Un amor como el de Ele era imposible de comprender, y solo un alma alegre podría disfrutarlo, era un amor apasionante, dado a la contemplación de los seres invisibles y el éxtasis alcanzado cuando los espíritus logran encontrarse. Un amor que rara vez se entiende, que no es posible comprender del todo, es un amor oscuro que solo se da en las montañas extrañas donde los seres parecen tener otra visión racional del mundo irracional.
Ele dibujaba en las carnes del joven forastero sus iniciales casi siempre con la punta de su uña índice, mientras el forastero contemplaba sus labios antes de devorarlos apasionadamente con el calor de su boca invadiéndolo, invadiéndose ambos, seres del misticismo reinante, luz brillante en Ele, tocas de realidad en el Forastero.
No podría decirse jamás nunca que el amor trascendió más allá de las figuras invisibles dibujadas por una uña índice en el pecho de un hombre joven, pero nadie puede asegurar cual fue la naturaleza de ese lazo que aún hoy no se rompe, Ele sigue vagando por el Monte Azul, y el Forastero Lector de vez, muy de vez en cuanto frecuenta los lindes de esa tierra misteriosa, no pasa más haya, raras veces se contemplan por la casualidad, hay algo que separa el misticismo de ese amor. Aún hoy nadie sabe que es.