Edificios

Escuchas ruidos, son los ruidos su voz, en distintas tonalidades e intensidad, son los ruidos propios y los externos que, canalizados por sus paredes, adquieren otra sinfonía y se convierten en la voz trémula de un edificio en soledad.

Solo, no hay nadie quien me escuche, quien me vea. Si me da un infarto nadie se enterará hasta que sea demasiado tarde y moriré sin remedio pues el edificio no podrá ayudarme.

Escucho ruidos, ruidos difíciles de atribuir a algo, vagas ideas de lo que se movió en un punto, de lo que se cayo en el otro. Un edificio en soledad es un laberinto infinito de sonidos sin nombre y responsabilidad.

Me siento despojado en esta soledad, de mi alma y cerebro salen miles de palabras chocando unas entre otras, imágenes difusas de mis deseos entrecortados, de mis anhelos palpitantes de mis sueños sin convicción, principio ni fin.

Me siento solo al abrigo abrumante del silencio que me rodea, sentir la tensión de algo inminente, un terremoto que tire todo al piso y me deja aplastado, un torbellino que destroce el techo y me eleve a las alturas, de la erupción de un volcán, un deslizamiento el fin del mundo inminente. Abrumante es esta soledad inquieta, rebosante de arrogancia al ver mi perplejidad y tensión por su invasión. Sentirme desvalido ante su imponente presencia, aprisionando mi corazón destrozado por los arcabuces de sus manos invisibles.

En el misterio del silencio, sin forma, rostro ni existencia propia, producto del estado de cosas, mis sentimientos inician una batalla tremenda en contra de la soledad, tratando de aprovechar el espacio bacante en la inercia de mi cerebro para hacerme planteamientos aletargados en los minutos infinitos de mi existencia viciada.

Como un laberinto de bruma, se abren paredes parduzcas llenas de marcas y frases, encierran mis pensamientos, abrumado me adentro en el laberinto de silencio y soledad intentado encontrar el destino final, el camino correcto, el sendero ideal que me lleve al otro lado, si es que lo hay, al final, si es que existe.

El viento hace estrellar “algo” contra las persianas de vidrios, imagino fragmentos de algo mayor, lanzados al aire, a cruzar el cielo infinito y aterrizar en un lugar desconocido como los sucediera a la jovencita de celeste que fue lanzada de Kansas a la tierra de Oz; producto de eso, encuentro el camino ideal del laberinto, mi triunfo contra la soledad de este edificio, mole triste y sin aliento.

Imagino que soy lanzado al aire y aterrizaré en la Barcelona de Sampere, iniciando a buscar con él al autor de La Sombra del Viento, o bien a Faguas para recorrer con Melisandra el camino que la llevará a Waslala, el pueblo de las utopías perdidas, imagino tanto y el sonido de la puerta abriéndose me devuelve donde estoy, la soledad acabó.

PD: Con este escrito participe en un certamén para un Taller de Narrativa del CNE, me complace contarles que fue aceptado, lástima que por terrible problemas de dinero y otros, no podré asistir, pero la satisfacción me queda.

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